7º de deriva, mundos paralelos y distancia infinita

jueves, 12 de marzo de 2009


Algo casi imperceptible, si no lo piensas con detenimiento, si no usas una medida muy precisa para apreciarlo, tan sólo siete grados. Suficiente sin embargo para marcar toda una vida, para alejarte de todo lo que conoces y crees amar, para que tu destino adquiera otro rumbo, una velocidad que nunca imaginaste y un fin que en nada tiene que ver con lo que en un principio te habías marcado.
Viajo en un avión en el que todas las azafatas están entradas en años, supongo que es lo que acaba pasando siempre, solo que no lo había pensado jamás, las azafatas también envejecen, y cuando lo hacen donde van a parar? Correcto, a este avión en el que me encuentro. Me resulta muy extraño ver esas caras artificialmente aniñadas a base de sutil maquillaje y coletas altas, esos modales de adolescente concentradas en una tarea perfectamente prescindible y ese mohín de hastío mal disimulado tras una sonrisa más falsa que una moneda con la cara de Mickey Mouse que rece "recuerdo de Disneyworld". Me fijo en sus arrugas, me obsesiono con ellas, pienso en los miles de kilómetros que han visto pasar y el poco mundo que han visto realmente. Lo mucho que han volado, lo que se han arrastrado por sábanas de hotel, lo que han sido tocadas por cientos de manos de decenas de países diferentes, las rodillas enrojecidas y eterno sabor a sexo sucio, rápido y desechable en la boca. Las adoro. Y por que no? Es una manera tan buena como otra cualquiera de pasar la vida, de soportar el discurrir del tiempo y no pensar demasiado en si marcarás o no una diferencia a tu paso por el mundo. Me entran ganas de mear y me voy al servicio, como es habitual, justo cuando estoy de pie, los pantalones a medio muslo y a punto de empezar, un vuelo perfectamente tranquilo se convierte en una absurda sucesión de turbulencias. "Sres. pasajeros, estamos pasando una zona de turbulencias, les rogamos vuelvan a sus asientos y abrochense los cinturones de seguridad" tarde, ya he empezado, podían haber pedido que volviera atrás en el tiempo y que me casara con María Magdalena y sería tan incapaz como soy ahora de "regresar a mi asiento". Una turbulencia particularmente divertida me hace perder el equilibrio, me doy un fuerte golpe en la cara, noto el sabor a sangre en la boca. Me sujeto como puedo y pasados unos segundos una azafata pregunta si me encuentro bien. No espera respuesta y abre desde fuera, a pesar del pestillo echado. me giro con sangre en el labio, el rabo aún afuera. Hace pocas horas estaba follando como un maníaco, así que la tengo gorda y grande, colgando amenazadora como siempre que acabo de follar. Ella me mira la boca y la gota de sangre que se escurre entre mis labios, lentamente, su mirada cae bajo el efecto de la gravedad, sus ojos descienden hasta mi verga y la mira de hito en hito. Carraspeo y cuando su atención vuelve a mi cara, sonrío con la que pretendo sea una sonrisa conciliadora y tranquilizante, se queda a la mitad y mi media sonrisa inevitable aflora, mostrando mis afilados colmillos y mis pocas ganas de parecer inofensivo. Todos somos lo mismo, no importa en que postura orines, ni la materia moral que crees conforma tu carácter y principios, todo se reduce a sexo. El sexo es el cero y el infinito al que todos tendemos de un modo u otro. Sexo en exceso, carencia de sexo, abstinencia en todas sus variantes posibles, sexo circunstancial, o sexo a regañadientes. Sexo condicionado por el entorno, tu propia capacidad de mostrarte atractivo, tu carisma o ya llegados al extremo, por el peso de tu cartera, que de todo ha de haber. No puedo evitar jugar el resto del vuelo con mi voyeur accidental. La busco con la mirada continuamente y la verdad presiento que es lo que ha pasado. Al sonreirle del modo que lo hice con el rabo en la mano, los pantalones bajados y mi cara de idiota/cabrón con sobredosis de pelis de serie B, he dejado una impronta en su memoria. Cuento con ello y viendo sus reacciones parece que no me equivoco. Cada vez que nuestras miradas se cruzan, reproduzco la misma sonrisa, cada vez que sonrío de ese modo, ella se sonroja como una colegiala. Para ella esa sonrisa quiere decir "tengo una polla enorme y te follaría sin pensármelo dos veces". Disfruto del viaje como nunca, me encanta esta sensación. Aúna mi necesidad de control sexual sobre mi pareja, con mi adicción por el sexo en lugares públicos. Al llegar a Barcelona, he de quedarme a dormir en casa de la China, mi China que se alegra muchísimo de verme de nuevo y que me hace más llevadero mi regreso a la ciudad. Me duermo dentro de su boca mientras pienso en mi azafata entrada en años. Sé que a la China no le importa, ella me comprende, y tiene un novio para cubrir sus necesidades emocionales, yo sólo cubro las físicas, yo no soy importante...

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